—¿Quién es Scari Wó? —le pregunto después de un rato en la terraza de Usera donde nos hemos sentado.
Tarda en contestar porque viene el camarero.
Solo hace unos instantes estaba esperando a Juan Fernando García en la boca del metro. Lo vi cruzar un paso de cebra mientras caminaba en mi dirección. Escaso pelo cano y enormes patillas también color ceniza. Sonríe. “Unos cuarenta y pocos”, pienso. Lleva una camisa muy llamativa y una mochila que parece bastante pesada. Más adelante descubriré que la mochila está cargada de fanzines, que García colocará sobre la mesa y a los que recurrirá reiteradamente para apoyar su narración. En el aire del barrio se mezclan los sonidos salseros que salen del interior de las caleñitas y los olores de las sartenes wok. En una calle con casas bajas y lejos de la vorágine que hay alrededor del metro, nos sentamos en la terraza. Apoya con cuidado la mochila sobre la mesa y en lo que pedimos voy preparando la grabadora. Juan Fernando García (luego me dirá que lo llame Juanfer) coge los cafés que trae el camarero y me acerca el mío.
—Es mi alter ego —dice—. Scari Wó. Es mi alter ego.
Como Peter Parker o Clark Kent, que son, respectivamente, Spiderman y Superman, Juan Fernando García tiene otra identidad. Si Parker es fotógrafo de prensa y Kent periodista, García se dedica profesionalmente al diseño y la impresión. No tiene superpoderes, pero alguien que lo observase con una mirada convencional diría que en algún momento de su vida pudo picarle una araña radiactiva (o quizás un escarabajo o una abeja por no repetirnos) o que llegó en una cápsula desde Kripton o un planeta similar al de Kal-El.
No sólo por su atuendo (una camisa hawaiana plagada de motivos florales de colores llamativos —¿su traje de superhéroe?—), sino también por lo que cuenta y por lo que hace: ya tenía tebeos de superhéroes en casa desde antes de saber leer (creo, pero esto es una conjetura, que si se lo pidiera sería capaz de reproducir esas historias con lujo de detalles porque no dudo que las leyera sin saber leer); su mente funciona como una base de datos que almacena una cantidad ingente de información específica, a veces tangencial, sobre personajes y títulos de cómics que pasarían inadvertida al lector medio y que transcribe en los textos que publica o sazona la conversación con ellos de un modo tan natural que suscita admiración en el interlocutor; es capaz también, y esto es extraordinario, de asignar música a los personajes de ficción en función de sus características (compara el caminar pesado de un enorme Kaiju, por ejemplo, con el riff de guitarra de una banda de rock); pincha también música new wave de la época de Margaret Thatcher con unos colegas; pero, por encima de todo esto, escribe y edita fanzines. Como la serie Dramáticas Aventuras Trimestrales Ilustradas, que publicó desde 2011 hasta 2018. Siete años en los que aparecieron nueve números y tres especiales en formato libro. Drámaticas aventuras ha estado presente en Expocómic de Madrid, el Salón del Cómic de Barcelona y en ferias alternativas muy populares en el universo fanzine como el GRAF y el HUL (Hostia un Libro).
En las redes y en los fanzines Juan Fernando García es Scari Wó, su alter ego.
Dice Andrea Galaxina en su monografía sobre fanzines que, en estas revistas ideadas, diseñadas, producidas y distribuidas por sus propios autores, “se pone en valor la idea de que cada uno puede crear lo que quiera” frente al mensaje “lanzado por los grandes medios” de consumismo indolente y atroz. El fanzine, añade, interpela directamente al lector, critica el modelo dominante de consumidor pasivo y fomenta la creación de una alternativa cultural. Enorme tarea. ¿No empecé hablando de superhéroes?
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Cuando Cols, el personaje que le da título al fanzine, llega a La Estupenda, la cafetería aparece desierta. Cols está de resaca. A la izquierda de la puerta, hay una máquina de discos y un suelo en ajedrez blanco y rojo que recuerda a un diner americano. Intercambia unas palabras con el camarero, al que llama Fede en el bocadillo que hay justo encima de su cabeza. Servida con una cerveza y unos nachos, Cols desciende las escaleras que la llevan a la parte baja del local. Las luces y todos los elementos de la estancia son rojos. Se sienta en un taburete empotrado a una pared en la que hay colgado un neón —también rojo— con la forma de un revólver. A su espalda, una sala donde solo quedan los globos y el confeti de una fiesta de cumpleaños.
Cuando Álvaro, periodista y reportero en ciernes (o sea, este que escribe), llega a La Estupenda, el camarero sube la reja de metal. La cafetería también está desierta. Dentro, se respira la atmósfera del diner americano que refleja el cómic: mesas empotradas contra paredes recubiertas de madera, sofás de cuero rojo, una máquina de discos, una barra de madera. Los mismos objetos que se encuentra Cols en el fanzine, pero ahora en tres dimensiones. A diferencia de ella, yo no ando de resaca. Tampoco el camarero es Fede.
Tomo asiento en la mesa de un ventanal que da a la calle. A mis pies, un suelo en ajedrez rojo y blanco. El camarero, que sabe que espero a las hermanas Cábez, me propone que baje a conocer el sótano, reservado horas más tarde para monólogos. En el sótano no hay ni globos ni confeti, pero sí el taburete empotrado y el neón rojo con forma de revólver. De hecho, estoy bañado en luz roja. Subo de nuevo a la planta superior y recupero mi sitio en la mesa del ventanal. Tras el cristal reconozco a una de las hermanas. “¡Olivia! Soy Álvaro”, le digo saliendo del bar. Clara, la otra hermana Cábez está por llegar.
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Dramáticas Aventuras Trimestrales Ilustradas es un fanzine colaborativo que Juanfer realiza, entre otros, con Frunobulax, un artista gráfico que también se autoedita sus innumerables publicaciones en su propio sello, Libritos Jenkins, y con Roberto Bartual, profesor de universidad e incesante publicador de ensayos sobre narraciones gráficas. Dice que se conocieron en la lista de correo del Mondo Brutto. Juanfer saca un ejemplar de su mochila y, mientras lo enarbola como un estandarte, dice que Mondo Brutto era más que un fanzine, que era “una enciclopedia alternativa de cosas no habituales”.

La revista creó en los años noventa una lista de correo que se hizo muy popular entre sus lectores, “hooligans” de los fanzines, del cómic y de esas “cosas no habituales”. En ese ambiente de efervescencia creativa y crítica, en el que se dan cita aficionados con pseudónimo de superhéroes, Juanfer concibe su primer fanzine, que publicó exclusivamente en papel pese a que le decían que lo hiciese también en formato digital para subirlo a la red en busca de público más amplio. “Si estoy haciendo un fanzine con la estética de una fotonovela, que además imita el formato telenovela 13×18 en papel —recuerda Juanfer—, hacer un PDF sería incoherente y contradictorio. O era solo en papel o no sería”.
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En la historia de las hermanas Cábez hay ganas de contar cosas. Contar la música que les apasiona. Contar Madrid. “Reflejamos los sitios en los que nos movemos —dice una de ellas—. El Madrid de nuestros comics es nuestro Madrid”. Sitios míticos aparecen en los tres ejemplares que tienen sobre la mesa que ocupamos en La Estupenda. En el primero, el bar El Cocodrilo, la sala El Sol, la calle Gran Vía. El segundo transcurre en el bar Nueva Visión, que está en la calle Velarde, no muy lejos de donde nos encontramos. “Mira, aquí está el Fun House —dice la otra hermana pasando páginas del tercer ejemplar—. Y también todo el recorrido que hace el personaje: empieza en Sol, sube por Preciados, aquí vuelve al Fun House, los cines Callao, el Palacio de la Prensa, la Plaza de la Luna…”
Las hermanas hablan pasándose el testigo como en una carrera de relevos. “Me di cuenta de que vomité un poco a Cols —apunta ahora Clara—. Antes de que el personaje empezara a pedir historias, había comenzado una especie de diario autobiográfico que iba haciendo con viñetas sueltas. Y surgieron Cols y Nico y Margo y su banda de rock”. Y ahí entró Olivia para escribir los guiones. La idea era hacer una webcomic, dicen casi a la vez. Pero entonces asistieron a una exposición sobre la mítica revista de los setenta El Rrollo enmascarado y la escena underground de la época: Nazario, Max, Mariscal… “Fue como un shock —dice una de las hermanas—. Dijimos: esto es la hostia y no puede morir”.
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Scari Wó rebusca en la mochila y extrae otro fanzine. La mochila comienza a parecer un artilugio prodigioso, como la mochila de Dora la Exploradora o el bolsillo mágico de Doraemon, del que Juanfer será capaz de sacar, cuando menos me lo espere, cualquier cosa inconcebible. El fanzine que tiene en la mano es el recopilatorio de los seis primeros números de Dramáticas Aventuras. El primer número imitó el formato de las fotonovelas del Santo, dice, el conocido luchador mexicano de máscara plateada que protagonizó decenas de películas entre los años sesenta y setenta, algunas de ellas junto a Blue Demon. Scari Wó muestra una página del fanzine y señala a un personaje enmascarado que aparece en ella. “Es el Ligre —explica—, cuyo nombre surge de la mezcla de león y tigre”.
En Dramáticas Aventuras Juanfer y sus compañeros toman elementos de la cultura popular, los reinterpretan y los “regurgitan” en forma de fotonovela. “Buscando la rareza, el pulp”, añade mientras pasa páginas y narra, sintetizadas, las aventuras del personaje: aquí el Ligre se enfrenta a extraterrestres con cabeza de pescado; aquí se produce el secuestro del Comisario Mono; aquí una chica se convierte en gato; aquí aparece una hipotética y desconocida hija de Hitler, un personaje que tuvo mucho éxito… Tanto que idearon un número especial, que titularon Heil!, parafraseando con ironía el nombre y la estética de una conocida revista del corazón, pero ambientándola en la Alemania nazi.
Presentaron Heil! en una edición del Festival de Còmic Independent i la Autoediciò GRAF que se celebraba en Barcelona. “La revista era una auténtica burrada —dice—. Hoy hay quien se echaría las manos a la cabeza si la viera”. Antes de terminar de decirlo, de la mochila mágica surge un ejemplar de Heil!. La portada muestra a papá Hitler que se inclina dulcemente sobre una niña rubísima. “La infancia de Helga Hitler”, se lee al lado de la idílica escena. En el interior hay un horóscopo nazi y pasatiempos de temática nazi, y, como no podía ser menos, publicidad también nazi: muñecas Nancy en su versión nacionalsocialista. Un desparrame lleno de ironía, sátira y burla.
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El camarero atiende a algunas personas que entran a La Estupenda y les recomienda que compren la entrada del monólogo vía online.
—Nosotras no teníamos ni idea, no sabíamos que había categorías, no sabíamos nada de nada sobre el premio —dice Olivia.
—Yo solo conocía los de la Comic-Com de San Diego de haberlo visto en las series americanas —añade Clara.
Hoy las chicas de Cols vienen vestidas de forma casual, pero entonces, cuando llegaron al Salón del Cómic de Barcelona como nominadas al premio al mejor fanzine por Cols, iban, como recuerda Olivia, “corporativas con las camisetas de Cols”. Sentadas en el lugar del anfiteatro asignado para ellas, escucharon: “El premio al mejor fanzine es para Una noche en el infierno de Cols Comics”. En La Estupenda las hermanas se miran como si estuvieran de nuevo delante del presentador. “Y empezaron a proyectar imágenes gigantes de Cols —dice Clara—. Yo recuerdo esta”.
Inmediatamente busca en el cómic que tiene entre las manos hasta dar con una escena onírica de la protagonista que ocupa una doble página.

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Es sábado. La histeria colectiva se apodera de la boca de metro de Legazpi. Fuera, en la glorieta, el sol baña las terrazas y los clientes disfrutan de una caña en este primer sábado con buen tiempo. Algunos viandantes que caminan hacia el metro portan bolsas en las que se pueden leer nombres de editoriales o de tiendas: Generación X, Tomos y Grapas… Al fondo, al otro lado del paso de cebra, se impone el depósito de agua del que fue el matadero de Madrid hasta 1996, y que desde 2007 volvió a abrir sus puertas como centro cultural.
Cruzo la puerta de entrada del Matadero y avanzo entre los pabellones del recinto. El camino no tiene pérdida. Solo hay que seguir una de las dos corrientes de gente. Me pregunto si me encontraré a Juanfer o a las hermanas Cábez y con ellos al Ligre o a Cols. Me detengo donde la muchedumbre empieza a dispersarse. Delante, ocupando una plaza delimitada por tres pabellones, se despliega la Feria del Cómic de Madrid 2025.
Los stands forman una especie de plaza dentro de la plaza y atraen las miradas de los viandantes. Me introduzco en esa masa heterogénea de gente de todas las edades. Un padre con un plumífero azul observa el primer stand con su hija en brazos. La niña no superará los dos años, así que su padre la mantiene elevada para que pueda ver los dibujitos. Una madre sostiene a su hijo de la misma forma, mientras camina por la plaza. Posiblemente sea la iniciación de dos nuevos comiqueros. Más allá, un grupo de jóvenes treintañeros, barbas y camisas de cuadros abiertas sobre camisetas de rock, emigran desde la caseta de Ediciones Marmotilla a la de El Coleccionista.
Una chica con el pelo rosa y vestida de personaje de algún anime japonés —botas negras bajas estilo Buffalo, calcetines blancos cubriendo hasta las rodillas sobrepuestos a unas medias también blancas, y un vestido del mismo color con las mangas acampanadas—, mira el móvil frente a la caseta de Territorio Fanzine, dedicada exclusivamente a la autoedición. A diferencia de otros stands, en su interior hay muchos y distintos expositores. El gremio madrileño de fanzineros se ha presentado a la feria colectivamente. Reconozco algunos cuadernillos grapados. Distingo tres números de Dramáticas Aventuras. También anda por allí la revista Heil!.
—Somos dieciséis proyectos y cada uno tiene sus publicaciones. Todo es autoeditado. Esto no se puede encontrar en el circuito comercial —dice uno de los expositores de Territorio Fanzine.
—Del autor al lector —añade otro.
Más allá, un visitante sostiene un ejemplar de El Ligre y la bomba de triones de Scari Wó. “Mira, es como los de ‘Elige tu propia historia’ —le dice a su acompañante—. Qué bueno, me lo llevo”. Se lo vende Juan Fender, uno de los miembros del grupo Rantifuso, al que le ha tocado hoy atender el stand. Los fanzineros se turnan en este cometido. Los miembros de Rantifuso son veteranos en el mundillo de la autoedición y publican juntos desde 2004. Ganaron el premio al mejor fanzine en el Salón del Cómic de Barcelona en 2009.
Los chicos de Territorio Fanzine han colocado un cartel con un número de teléfono para bizums. Cuando un cliente compra uno de los fanzines, el encargado de vendérselo apunta en una tabla el título y el precio. “Pa’ echar cuentas luego”, dice uno de ellos.
Carlos Cardo dibuja un Mortadelo en la hoja de un número de Zasca que está a punto de vender. La portada del fanzine la ha dibujado él. Otro ilustrador, Felipe Arambarri, me pregunta en qué medio trabajo. Cuando le digo que en la revista de reportajes de mi facultad se le ilumina la cara y se presta para dar alguna charla en la universidad. “Si es que nos juntamos unos cuantos, y damos unas charlas de puta madre”, añade Cardo.
Un hombre vestido con sudadera rosa palo y vaqueros azules cruza la puerta del stand. Me ve y se dirige hacia mí.
—Hombre, Álvaro —dice a modo de saludo.
—Al fin te veo en acción, Scari Wó.
Juan Fernando García saluda con un gesto a sus compañeros de stand y dice que está muy contento con la afluencia de gente que está teniendo la feria. En especial, la caseta de Territorio Fanzine. “Si es que casi no me queda stock —añade—. Lo estoy vendiendo todo”. No se ha traído el traje de superhéroe ni la mochila mágica. Pero no le hacen falta. Sus poderes están sobre el expositor.
No sé dónde andarán las hermanas Cábez. Quizás recibiendo otro premio.





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