Somos tres. Tres periodistas. Nos creemos batallón. Al fin y al cabo, vamos a estar en una situación de tres contra uno en la entrevista, que en un partido de baloncesto significaría una canasta con un porcentaje de acierto altísimo. En el momento en el que el defensor, que estará solo, se decante por uno de los tres —presumiblemente por el que tiene el balón—, los otros dos abrirán el campo esperando el pase fácil del manejador. En muy contadas ocasiones, si es hábil y sabe adelantarse a los movimientos de los atacantes, el defensor adivina al receptor del pase antes de que finalice la canasta. Pero es algo extremadamente raro de ver. Pues bien, a sus 84 años, el librero y editor Jesús Ayuso, el defensor en cuestión, va a cortar el pase, va a salir corriendo con el balón y va a hacer un mate a una mano mientras señala con gesto triunfal a los periodistas con el dedo índice de la otra.
Es un jueves por la mañana en el barrio de Malasaña. Hemos quedado con el librero en la cafetería La Concha, situada en el número 55 de la calle San Bernardo. Álvaro llega pronto. Le pide un cortado al camarero, se sienta en una mesa y se prepara las preguntas para la entrevista. También repasa las notas de la documentación que organizó con sus dos compañeras en la redacción. De fondo, La Concha se muestra bulliciosa y llena de vida. Este sitio tiene algo especial, piensa Álvaro. Se encuentra frente al lugar que ocupó durante medio siglo —en el número 48— una librería emblemática de la ciudad: Fuentetaja. Hasta su cierre definitivo en 2007 acogió a más de cuarenta mil clientes si se suma a la otra sucursal de la librería, la de la calle Desengaño. O eso dice su antiguo dueño. Pero Jesús Ayuso aún no lo ha contado. Eso será más adelante, cuando nos demos cuenta en el fragor del partido de que, aunque no tiene ni idea de baloncesto, controla como nadie un lenguaje secreto, íntimo, que sostiene su poderosa narrativa.
“Podríamos preguntarle por su rutina en la librería durante el franquismo. Así nos haríamos una idea de su forma de proceder con los libros prohibidos o su relación con los clientes —se dice Álvaro—. Podríamos preguntarle sobre María Fuentetaja y su madre Dátiva Otero, involucradas en la librería y a quienes Ayuso apenas menciona en las entrevistas que le realizaron en 2008 después de que el ministerio le otorgase la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Quizás podríamos averiguar quiénes son sus autores favoritos, eso dice mucho de un lector (y por tanto de una persona)”. En lo que Álvaro divaga, llegan Alejandra y Laura y se acercan a la mesa. Ya estamos los tres (tres). El batallón. Repasamos la estrategia. Necesitamos detalles. Preguntar cosas concretas. Escenas específicas y significativas que se puedan narrar. Hay que indagar. Libros prohibidos. Dificultades de comunicación (desde cuándo no oye bien y por qué, quizás). Describir su imagen. Apicultura. Relación entre libros y árboles. No sabemos de cuánto tiempo disponemos (es un hombre mayor, lo mismo lo agotamos), así que hay que estar ágiles y activos a la hora de preguntar. Marcar el ritmo del partido, que se juegue a lo que nosotros queremos en la cancha.
Un señor repeinado —la raya del pelo en el lado izquierdo, camisa beige sobre un cuerpo menudo— entra en el bar acompañado de su mujer. Los camareros y algunos clientes lo saludan con familiaridad. Lo observamos desde la mesa. Entonces lo intuimos: no vamos a poder imponer nuestro juego porque Jesús Ayuso juega en casa.
Poesía verde escrita por árboles
Nos trasladamos los cinco a una sala contigua al comedor principal, más tranquila, por cortesía de los camareros de La Concha. Ayuso y Nati (su compañera, como se refiere a ella) insisten en invitarnos a desayunar unos churros y aceptamos de buen grado. Tras presentarnos, Ayuso compara a nuestra Laura con la Laura que idealizó Petrarca en sus poemas. Antes de comenzar con la entrevista, Álvaro le pregunta si prefiere el tuteo o el trato de usted. “Las distancias las marcan los políticos, no los ciudadanos”, dice. También comenta que con su padre se trataba de usted, pero que él abandonó esa costumbre hace tiempo.
El padre, Pedro Antonio Ayuso, nació el mismo año que García Lorca. Lo cual, según su hijo, ni le empequeñece ni le engrandece. Simplemente es lo que es: un padre que inculcó en su hijo el amor por los libros y la naturaleza —“¿No son acaso lo mismo?”, se pregunta nuestra Laura, que en este momento debe sentirse un poco la de Petrarca o quizás la Beatriz de Dante—. Era un hombre de leyes (naturales y sociales), recuerda el librero frente a los tres periodistas. Su objetivo siempre fue mejorar los medios de vida de sus vecinos. Tenía un molino y llegó a construir una central eléctrica. También ayudó con embalses, tomas de luz y otras infraestructuras. Todo aquello que permite hacer, señala Ayuso, que a fin de cuentas es lo que nos permite ser. La labor de facilitador del padre postergó el nacimiento del futuro librero, que se produjo en 1940 en Moratilla de los Meleros, Guadalajara, cuando el padre contaba con 40 años. “Mira tu entorno e intenta ayudar sin interferir en la libertad de los demás”, dice que le repetía de pequeño.

Todo apunta a que le hizo caso. Asegura que ha plantado unos cincuenta mil árboles (diez mil más que clientes tuvo su librería en medio siglo) con sus propias —y enormes para un cuerpo tan pequeño— manos. Cada fin de semana se marcha a una zona cercana a Pastrana, en plena Alcarria, a cuidar de sus árboles. “La naturaleza no se puede domar, uno solo puede abrazarla y adaptarse”, añade. Para él, la ecología no es política —en la que hay muchas malas hierbas, apunta—, sino libertad. Tampoco cabe la vanidad en la naturaleza, pues plantar un árbol no se hace por dinero sino con fines sociales. Incluso pedagógicos, pues sostiene que los niños aprenden “a través del lenguaje de los árboles” porque “si plantas algo y lo cuidas, luego crece y lo agradece”. Raíces, ramas y troncos que se entrelazan y se expanden a sus anchas. Como los versos de un poema, según el librero, que no puede evitar recitar de memoria: “Las emociones, saber narrarlas, despertando en otros sus vivencias, cuya savia narrativa está en el cerebro, poesía verde escrita por árboles frenará la guerra”.
Ayuso compara las arrugas de su cara con los surcos, estrías y pliegues de los árboles. Durante la entrevista repetirá la analogía. Los árboles le servirán de metáfora para cada aspecto de la vida. Mientras habla (recita, cita, declama, sentencia en un continuo casi sin pausa), sonríe todo el rato. Su conversación es un río de palabras que no cesa. Intentar cortarle es el fútil intento de acercarse a la orilla y tratar de frenar la corriente con las manos. No existe dique ni equipo de baloncesto que lo contenga. Entiende el noble arte de la narración autobiográfica. Se nota que ha reflexionado sobre su vida y que no es la primera vez que la cuenta. Cuando olvida algún detalle o se queda sin resuello busca con la mirada a su compañera con ojos de complicidad. Durante la conversación insistirá en que ella le rejuvenece. Ella, que ha asumido el rol de espectadora, esquiva la curiosidad de los periodistas y asegura que el protagonista es él.
Conversación con Fidel Castro
Lo que más le gusta en esta vida es leer y tomar miel (miel de la Alcarria, de su pueblo, de Moratilla de los Meleros), dirá más adelante. Puede que plante tantos árboles en compensación por todo el papel que ha utilizado como librero y editor. Abrió la librería Fuentetaja en 1957, cuando tenía 17 años y una firme convicción: “El éxito del fracaso está garantizado”. Lo hizo mientras se hospedaba en el Colegio Mayor Guadalupe y estudiaba Derecho en la Universidad. Durante esta etapa, según dice, se dedicaba a la cultura para aunar todo el conocimiento con el mismo método que practicaban los clásicos griegos. Creó junto a otros socios la Editorial Orbe, que junto a Hiperion, Ebro, la Editorial Ayuso (la suya propia) y los libros de bolsillo de Ciencia Nueva, compusieron un crisol de publicaciones y editoriales que abrían y cerraban en función del criterio censor del Ministerio de Información y Turismo.
Ayuso compartía un sentimiento revolucionario con gran parte de su generación. Divulgaba la obra de autores prohibidos como Lenin o el escritor Jorge Semprún, que entonces viajaba a Madrid como Federico Sánchez, inmerso en la lucha clandestina contra el franquismo. Apunta que hoy no lo haría de la misma manera. Quiere que quede meridianamente claro. Sin solución de continuidad dice que un día recibió una misteriosa llamada telefónica desde La Habana. El interlocutor le preguntó si tenía un libro de cocina en griego. Señala que la voz era muy característica, la voz del mismo Fidel Castro que, una vez establecido el contacto, le pidió que solicitase a Estados Unidos multitud de productos IBM con destino a la embajada española. Los productos, dice Ayuso, jamás llegarían a desempaquetarse en Madrid, sino que irían directos a la capital cubana. Cuenta que años después el director de IBM vino a España a felicitar al mayor comprador español de sus productos con la paradoja de que el comprador en cuestión, el librero y editor Jesús Ayuso, no poseía ninguno de ellos.
Nati lo interrumpe para apostillar que el franquismo fue la época de mayor unidad de la población española porque todo el mundo estaba contra Franco. Ayuso asiente ante la afirmación e inmediatamente relata su relación con Pío Cabanillas, ministro de Información y Turismo durante el gobierno de Arias Navarro en 1974. Dice que era colega suyo, que conocía sus actividades con los libros prohibidos, que le enviaba ciertos libros al ministerio a través de facturas con temática religiosa y del Movimiento Nacional y que a cambio conseguía “librarse” de la censura del Régimen. Dice Ayuso que Cabanillas, tan gallego él, le llamó y le dijo: “Yo no te conozco. Ni a ti te conviene que te vean conmigo ni a mí contigo”.
El mejor almacén clandestino
La entrevista no es entrevista. La entrevista es más bien conversación y fluye anárquica. Los temas se entrelazan sin orden unos con otros. Ayuso hace presión a toda pista. Su discurso es narración pura. Apenas podemos sacar de banda sin que nos atropelle una de sus anécdotas. El balón no nos dura nada en las manos. La vida de Ayuso ha sido un torrente de experiencias y acontecimientos que cuenta desplazándolos de aquí a allá con una sintaxis y una estructura propias, como si fueran hojas mecidas por el aire, impulsadas por el ritmo azaroso, a veces frenético, de un lenguaje inventado por árboles que ha interiorizado sin proponérselo. Mezcla espacios y épocas ajeno a la cronología, como si lo contemplase todo al mismo tiempo en este lugar en el que nos encontramos, un bar llamado La Concha convertido en un mágico Aleph con forma de cancha de baloncesto, y que, comentaremos los tres más tarde cuando nos despidamos, él enhebra en un fluir narrativo desbordante, inagotable, como si estuviera construyendo oralmente ese mítico libro de arena sobre el que escribió Jorge Luis Borges.
Álvaro intenta retomar el control del partido. Saca su pregunta estrella, la que necesita para los detalles que quería recabar desde un inicio. Una que le proporcionaría datos concretos, mundanos, más navegables, para poner en negro sobre blanco.
—Cuéntanos cómo era tu rutina en la librería. Es decir, cómo era el día a día con los clientes, tu faceta de librero.
—La rutina era que no te persiguieran. Yo era joven y no tenía miedo. Sufrí amenazas y atentados, pero creía en la solidaridad. Porque como sucede con la miel, la dulzura atrae más que el vinagre.
Los tobillos, rotos. ¿Dónde está el balón? Sin duda, él lo controla. La narración se desborda, se expande y ramifica como los árboles tan queridos por el librero. Cuenta que se encargó de enviar libros a exiliados españoles repartidos por el mundo, que en Francia reproducía panfletos que luego pasaba ocultos en el interior de las cubiertas de un Seat 600, que ayudaba con la bibliografía a multitud de estudiantes latinoamericanos (“Que luego serían presidentes”, apunta) mientras realizaban sus tesis doctorales, que entonces no había Google ni ordenadores y que los estudiantes recurrían a las bibliotecas y librerías (“Quien posee la información posee el poder”, sentencia), que en los años sesenta alguien le avisó de una redada de la policía y que decidió ocultar más de un centenar de volúmenes en las colmenas de su pueblo (“el mejor almacén clandestino”, dice), que la represión era tan dura y absurda que un día le retiraron el libro La República de Platón porque lo creían apología del régimen que presidió Azaña, que los rusos querían que espiara para ellos, que viajó por toda América Latina…
Alejandra observa disimuladamente el reloj. Comparte la inquietud de su mirada con sus dos compañeros. Llevamos una hora y cuarto de charla y no sabemos cómo vamos a dar forma a esta narratividad desbordante, así que mete baza e intenta reconducir la entrevista.
—Me gustaría saber…
Ayuso la interrumpe.
—Y a mí también.
—Me gustaría saber qué es lo que te mantiene joven.
—Mi mujer. Vosotros, que estáis en la flor de la vida. El humor. Entender la vida con seriedad catatónica es terrible y envejece muchísimo. La cordialidad me rejuvenece. Que me preguntes espontáneamente si me tratas de tú o de usted.
Se niega a que paguemos los churros. Ha ganado el partido de paliza, pero al finalizar nos da la mano y nos pregunta cómo está la familia. Un guerrero en la pista, un caballero fuera de ella. La mayoría de las preguntas se han quedado huérfanas en la libreta de Álvaro.

Salimos de La Concha. Antes de despedirnos, lo invitamos a pasar por San Bernardo 48, casi enfrente del bar. El edificio que ocupara la librería Fuentetaja es ahora un moderno hotel con piscina en la azotea. Nos detenemos en la entrada. Ayuso dice (es la primera vez que le aparece un brillo de nostalgia en los ojos) que a principios de 2007 el edificio casi se derrumbó y la librería tuvo que cerrar. Pero no por el deterioro de las vigas, añade, sino de los números. En 1999, cuando Ayuso vendió la parte mayoritaria de la librería, comenzó el principio del fin. Los nuevos propietarios no pudieron sostener la gestión y los trabajadores convocaron una huelga.
El librero mira el letrero conmemorativo que la dirección del hotel ha tenido el acierto de colocar a la entrada del negocio. Dice: “En este lugar se ubicaba la Junta Superior de Artillería, desde donde en 1808 salió el capitán Velarde para luchar contra las tropas de Napoleón en la Guerra de la Independencia. Años más tarde, en 1959, este edificio albergaría la librería Fuentetaja, referencia de la cultura madrileña en la etapa de la Transición. En agosto de 2022, y tras resurgir con una nueva forma, este lugar pasa a convertirse en un hotel donde se seguirán viviendo y aconteciendo historias que pasarán a la posteridad”. Nos despedimos. Nos creíamos batallón. Somos tres. Tres periodistas exhaustos por el relato inagotable de una vida clandestina repleta de experiencias, de citas, de libros, árboles y colmenas. Hay derrotas que te hunden. Partidos de los que sales amargado. Esta es una derrota de la que aprendes.
Un reportaje de Álvaro García-Dotor Baglietto, Alejandra Moreno del Castillo y Laura Espejo Segador
Imagen de portada creada con la IA de Bing





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