Pedro Agustín Diéguez se encuentra sentado frente al televisor en el salón, pequeño y acogedor, de su domicilio. Tiene 73 años. Sostiene una taza de café en la mano, que después apoya sobre el posavasos tras darle un buen sorbo. Ha dicho que sí, que está dispuesto a recordar aquellas vivencias que casi nunca suele contar. La pasión por la música está en el ambiente de toda la casa. Una gran imagen de los Beatles cuelga de una de las paredes del salón. Diéguez apaga el televisor con el mando a distancia cuando su mujer, Remedios, se asoma y pregunta si trae algo de picar. Con una negativa por respuesta, la mujer se dirige discretamente a la habitación contigua. Se sienta en una bicicleta estática y continúa viendo la telenovela turca de la tarde en otra televisión. De vez en cuando aparece de nuevo en el salón para recordarle a su marido el nombre de alguno de sus compañeros músicos, por ejemplo, pero sólo interviene cuando es necesario y lo deja recordar sus aventuras musicales de los años setenta. El hombre no es de muchas palabras. Cuando se le pregunta por esa época se coloca las gafas, quizás para ocultar que sus ojos aún brillan con la ilusión propia del adolescente de 17 años que, sin apenas formación musical, decidió probar suerte como cantante.

Diéguez fue la voz de la banda Araxes, un grupo de jóvenes apasionados por la música que, a principios de los años setenta, llenó las discotecas madrileñas y recorrió España, compartiendo escenarios con cantantes como Miguel Ríos. Uno de sus objetivos era alejarse de la música comercial y así lo hicieron. “La fusión de géneros como el rock o el folk no triunfó para nosotros, aunque el grupo siempre disfrutó del proceso de creación de una música libre y única”, explica. Basta con escuchar su sencillo Something to Say para darse cuenta.

La familia Diéguez ha cambiado de domicilio más veces de las que se puedan contar con los dedos de una mano, hasta que finalmente se asentó en el barrio madrileño de Vallecas, donde todavía reside. Pedro y Remedios se conocieron en 1971. Él dice que ella nunca ha dejado de ser el amor de su vida. Lo tuvo tan claro que al año siguiente ya se estaban casando precipitadamente. La ceremonia fue austera, propia de dos jóvenes muy modernos que lucían dos largas y rebeldes melenas. Un año después nació su primera hija, Melanie, y luego Marcos, el menor. Les han dado cinco nietos, que suelen llenar de risas y bromas el salón de sus abuelos.  Pedro dice que nunca tuvo tiempo de sentirse solo. Ni siquiera cuando era niño. Procede de una familia numerosa y, aunque no se reúne con frecuencia con sus hermanos, sí son constantes las llamadas telefónicas, especialmente en los cumpleaños, que apunta Remedios en su calendario para que no se le escape ninguno.

El comienzo de Diéguez en la música llegó en el año 1968. Tras finalizar los estudios de electrónica, llevó a cabo unas prácticas en la Multinacional Standard Eléctrica gracias al trabajo de su padre en la empresa, cuya fábrica se encontraba en Villaverde. Allí coincidió con un joven llamado Ceferino, que había formado un grupo de música. Era el batería. A Diéguez siempre le había apasionado la música, pero nunca había hecho nada al respecto. Un día se le ocurrió que podría llamar la atención de Ceferino si cada vez que se encontraba con él en el baño cantaba como quien no quiere la cosa mientras se lavaba las manos. “Un día el chico este picó —recuerda entre risas— y me invitó a los ensayos que tenían en Carabanchel”. El grupo estaba formado por el guitarrista José Hervías, que tenía contacto con los famosos Fórmula V, recordados por sus grandes éxitos como Eva María se fue. El segundo guitarrista era José Sanz, hermano de Lorenzo Sanz, ex presidente del Real Madrid. El puesto de bajista lo ocupaba un hombre llamado Fernando, al que le faltaban tres dedos y cuya hermana pequeña fue detenida años más tarde por la policía y encarcelada por formar parte del GRAPO.

Los ensayos se llevaban a cabo en la trastienda de un bar de Carabanchel. Enchufaban todos los instrumentos en un mismo amplificador. El debut de Los Grandes, su primer grupo,se produjo en la Parroquia San Vicente de Paúl, en la Avenida de Oporto. “Tocamos una sola canción y ni siquiera era nuestra”, aclara. Poco tiempo después se unió el último miembro con el que se consolidó la banda, un joven que tocaba el acordeón. El grupo comenzó a componer canciones y a actuar por Madrid. Llegaron a tocar en unos festivales que organizaba Radio Madrid en la Plaza de Toros de Vistalegre. Esa noche cantaron una canción de Percy Sledge que empezaba con una sola voz a la que más tarde se unían los instrumentos. “Yo tenía una voz privilegiada—apunta lleno de orgullo—. Cuando empecé la canción, la gente se calló a pesar de estar en una plaza llena de jóvenes bailando”. Realizaron más bolos e incluso tocaron una temporada en Radio Madrid. Mantuvieron contacto con Rafael Revert, que fue una de las grandes figuras de los programas musicales de la radio de la época.

Por circunstancias personales, el grupo se vio obligado a renovar a algunos de sus miembros. Entraron tres nuevos componentes que tocaban el saxofón, la trompeta y la batería. La banda consiguió multitud de actuaciones en discotecas de Madrid. La vida nocturna de la capital necesitaba grupos para cubrir la demanda de los númerosos locales. Un día tocaban en Consulado, otro día en Caravel y otro en Principado. En una misma noche coincidían varios grupos a la vez. Diéguez dice que llegaron “a tocar con Miguel Ríos en sus inicios”.

Los cazatalentos empezaron a acechar a las bandas y a sus 19 años a Diéguez le llegaron varias ofertas como cantante. Entre ellas, la de Javier Esteve, un guitarrista que encabezó Cerebrum, un proyecto musical muy popular en ese momento. Esteve y su equipo tenían una propuesta importante que consistía en hacer la banda sonora de un musical para un grupo de teatro fundado por José Carlos Plaza. “El musical se llamaba El sueño de una noche de verano y se ensayaba en el antiguo Pequeño Teatro de Magallanes”, recuerda Pedro con ayuda de su mujer, que pasaba por su lado en dirección a la cocina a por un vaso de agua en el momento oportuno. Fernando Artalejo fue el batería escogido para el nuevo grupo. “Era el mejor batería que yo he conocido en mi vida. Además de una gran persona”, dice con tristeza. Guarda silencio un instante y luego añade: “Ya ha fallecido”. Pedro Diéguez se sumó como cantante y contactó con José Hervías, el guitarrista que había sido miembro de su primer grupo. Así se completó la banda. El nombre de la nueva formación musical fue Araxes.

Pedro Diéguez, a la derecha de la imagen con chaqueta a cuadros, en una fotografía del grupo Araxes cedida por el propio Diéguez.
Pedro Diéguez, a la derecha de la imagen con chaqueta a cuadros, en una fotografía del grupo Araxes cedida por el propio Diéguez.

Comenzaron a componer canciones propias en un chalé de López de Hoyos, el sitio donde ensayaban. Uno de los trabajos que realizaron fue para el Partido Comunista de España. Los contrataron a través de Fernando Jurado, el responsable de arte y cultura del partido, apostilla Diéguez. Un leve gesto de satisfacción en su rostro parece decir: esta vez no he necesitado la ayuda de mi mujer. En 1972 recorrieron media España, tocando en muchos sitios y dejando de cobrar en tantos otros. El PCE organizaba los mítines sin tener el dinero suficiente para cubrir todos los gastos, puesto que acababan de legalizar el partido. Con la recaudación de la venta de refrescos y otras actividades complementarias iban pagando lo contratado. “Si daba para los músicos, bien —dice Diéguez—. Si no, pues nada”.

Ese mismo año grabaron Something to Say en un estudio de la calle Clara del Rey, propiedad de un componente del grupo instrumental madrileño Los Relámpagos. Para entonces Araxes ya había sufrido cambios en su formación. Jorge Pardo, un flautista prometedor, se unió al grupo. “Jorge acompañó después a Paco de Lucía en toda su gira musical”, dice Diéguez tras tomar otro sorbo de café. El grupo consiguió su objetivo, aunque la canción tenía una duración muy extensa y tuvo que ser recortada precipitadamente para su comercialización. La carrera musical del cantante se interrumpió después de la grabación. Tuvo que incorporarse al servicio militar obligatorio y se ausentó temporalmente de la banda. Según afirma, no le correspondía ser reclutado porque la miopía que padecía era con uno de los motivos para ser excluido. A llegar a Almería, donde realizó la instrucción, el capitán a cargo no creyó que su falta de visión fuese suficiente eximente. La situación empeoró cuando, en el sorteo, su destino definitivo resultó ser Melilla. Allí conoció a otro amante de la música, Eduardo Garnica, farmacéutico y guitarrista. Una tarde, cuando acabaron la jornada, se reunieron en la enfermería. Su nuevo amigo le obligó a escuchar el primer LP del grupo británico Yes en un tocadiscos portátil. Continuó escuchando toda su vida la música de aquella banda que, según dice, “es uno de los mejores grupos de todos los tiempos”. Gracias al farmacéutico, que habló al capitán médico acerca de su miopía, terminó tres meses antes “la tortura” del servicio militar. Al volver de la mili, ya en 1975, el grupo surgió como Araxes II. Sólo permanecieron dos de los antiguos miembros, Javier Esteve y Pedro Diéguez, a quienes se unieron José Luis Rodríguez Neri, responsable de la guitarra acústica, Joaquín Hernández al bajo y Pepe Sánchez como batería. El grupo consiguió grabar El Rastro y en 1977 en el sello Chapa Records antes de la disolución definitiva de la banda un año después.

Tras la separación, Pedro Diéguez dejó la música y se enfocó en el trabajo y la familia. “Yo ya no tenía ganas de seguir”, comenta sin ningún tipo de resquemor ni nostalgia. Sin embargo, todavía, a sus 72 años, guarda fotografías y viejos carteles y folletos de entonces. Le cuesta recordar las fechas concretas de las anécdotas que guardan las imágenes y también algunos nombres. Pero sus palabras y gestos dicen que su corazón se agitó al observar la cara de admiración del público en una de sus primeras actuaciones en la Plaza de Toros de Vistalegre o al firmar el primer contrato para tocar con sus amigos en una de las discotecas de moda o ante la locura de la noche madrileña de los años setenta, de la que él fue uno de sus testigos. Remedios aparece en el salón con curiosidad por saber si el relato de su marido ya ha terminado. Fuera, tras las ventanas, las farolas se han encendido. Las tazas de café hace mucho rato que están vacías. Pedro no se ha dado cuenta del tiempo transcurrido. En el salón en penumbras, iluminado por la luz de la calle, Pedro Diéguez parece seguir bajo los focos.

Un reportaje de Paola Diéguez Quiroz

Imágenes cedidas por Pedro Diéguez

Una respuesta a “Bajo los focos”

  1. Avatar de Raul Lendinez Cobo
    Raul Lendinez Cobo

    Un gran artículo sobre una de las bandas más impresionantes del rock en la lengua de Cervantes y si queréis escucharles están en el recopilatorio Rock del Manzanares,me a gustado mucho el articulo de Paola.

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