Santiago estudia Periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos. Con un aplomo fascinante, me comenta que el año pasado, durante el primer cuatrimestre, hizo un trabajo que le costó una semana y media de dedicación casi plena. Puso mucho esfuerzo y horas a una documentación que, además de ser de calidad, debía ir bien citada. Sacó un 9 sobre 10. En el segundo cuatrimestre, sin embargo, hastiado y con poco tiempo disponible, me reconoce que escribió un trabajo igual de complicado con ChatGPT en dos horas mientras jugaba al Brawl Stars (un famoso juego para móviles). La calificación: un 10 de 10. Santiago, que es un nombre falso, ya que por razones que no se le escapan a nadie prefiere no revelar el verdadero, afirma que nunca volverá a “perder el tiempo” si puede valerse de la Inteligencia Artificial.
ChatGPT, la mejor amiga de los estudiantes
Hace unos meses me topé con una noticia con el siguiente titular: “Hice el TFG en dos días y aprobé gracias a ChatGPT”. La Tentación de Eva en el Jardín del Edén en versión estudiante universitario, vaya. “Introdujo en el programa las páginas que había redactado y le pidió a la IA que alargase el escrito hasta completar los veinticinco folios que le requería la Universidad Complutense de Madrid. Dicho y hecho. Entregó su TFG, lo defendió ante su tutor y le dieron su nota: un 5,9 sobre 10”. Por un lado, tenemos a uno de los estudiantes más sinvergüenzas (en el sentido más literal) que se hayan conocido. Yo estaría aterrorizado por la posibilidad de que me pillaran in fraganti. Por otro, la sorpresa del tutor aprobando el trabajo. Que, ojo, no es una crítica al profesor, ya que esto le podría ocurrir a cualquiera, por aquello que ya he comentado del nivel que tenemos algunos estudiantes hoy en día.
Me considero un estudiante efectivo. Me lo he currado, casi siempre consiguiendo buenos resultados. Con mayor o menor tino, los profesores han elogiado, como mínimo, la elaboración esforzada de mis escritos. Mis buenas calificaciones. Rozando la brillantez en ocasiones, el nivel medio ha sido alto con regularidad. Pero no me da la vida. Ahora trabajo y estudio a la vez. Apenas descanso suficiente y la vida nocturna es algo que solo experimento en las películas. Ya no quiero ser efectivo; necesito ser eficiente.
Me encuentro a un grupo pintoresco de estudiantes de Primero de Comunicación Digital, un grado nuevo en la Facultad de Comunicación, frente a la cafetería del Campus de Fuenlabrada. Me acerco a ellos. Son muy jóvenes, quizás demasiado. Aunque para quien posee el don que luego le será revocado, como argumentaría Oscar Wilde, nunca se es demasiado mancebo. Les indico si pueden alumbrarme y contarme sus técnicas prohibidas, sin saber que una de sus profesoras se encuentra cerca, escuchando la conversación. En un primer momento, pienso que los alumnos se van a cortar, que la presencia de la profesora devendría limitante. Mi sorpresa es mayúscula cuando me cuentan sin pudor todos los usos que aplican de la Inteligencia Artificial en su presencia. Y no solo eso, sino que la misma profesora afirma que incentiva su uso durante las clases (ya llegaré a la perspectiva docente).

Con bastante entusiasmo y la confianza de quien domina el tema y casi que ha nacido con él, me cuentan numerosas formas en las que lo usan. Es más, lo tienen tan interiorizado que cuando les pregunto acerca de los prompts que utilizan, no tienen ni pajolera idea de lo que estoy hablando. Su conocimiento es empírico, no teórico, a lo David Hume. Como si los fabricaran con ello incorporado, lo tienen tan integrado que ni le prestan atención. En cuanto a los usos que le dan, el más recurrente es el de estructurar procesos largos con ChatGPT. Ante cualquier tarea, se sirven de la herramienta para elaborar bosquejos indizados en cualquier proyecto, ya sea un trabajo o un examen. Para estudiar suben los propios PDF con los apuntes de las asignaturas a la IA y le piden que extraiga los puntos principales para ahorrarse el tiempo que requiere la elaboración de esquemas propios, con el riesgo que conlleva.
Me abruma su desparpajo y extroversión. Responden al unísono, como la mente colmena de la que habla Jung. Me comentan también que integran la IA en las redes sociales (Tik Tok, Twitter, Instagram, etcétera) para publicar sus “contenidos”. Aseguran que ChatGPT les provee de ideas para sus proyectos. No había pensado en esa posibilidad. La Inteligencia Artificial no tiene por qué convertirse en un atajo, quizás pueda ser un compañero que proporcione un punto de partida. Por ejemplo, ante el síndrome de la hoja en blanco, tan manido pero cierto para los que nos dedicamos a juntar letras, puede ser de gran ayuda para desbloquear el camino o proponer otros nuevos por los que transitar. Me marcho gratamente sorprendido.
En el Laboratorio II me encuentro con una pareja de alumnos a los que interrumpo. Usan el término flexear, que en vocabulario anglosajón de la generación Z es algo así como darse importancia o presumir de algo, cuando hablan de que hay compañeros suyos que presumen de usar de forma indiscriminada la IA para todos sus trabajos y exámenes de la Universidad. Otra compañera que se acerca los contraargumenta: “Si un trabajo se puede falsificar con ChatGPT es porque el método de evaluación está desactualizado y debería modernizarse”. Satisfecha de su argumento, sentencia: “A mí no me molesta que la gente flexee, porque de algún modo es criticar el sistema de evaluación actual”.
Tomo un café con un conocido. Prepara unas oposiciones para Celador. Me cuenta que utilizó ChatGPT junto a sus compañeros para ahorrar tiempo y esfuerzo en un trabajo obligatorio. Les salió el tiro por la culata. El Turnitin detectó como plagio el trabajo —ya que no se sabe exactamente de dónde recoge ChatGPT la información—. Tuvieron que repetirlo y realizarlo de manera tradicional. El esfuerzo fue doble.
Molesto a otro grupo de chicas en la biblioteca. Una de ellas me comenta —noto cierto remordimiento en sus palabras— que se ha tenido que inventar en varias ocasiones las referencias bibliográficas de sus trabajos. El ChatGPT no lo indica y los profesores no los admiten sin bibliografía. Otra, que es graduada en Traducción e Interpretación, confiesa que realizó numerosos encargos de traducción de manera rápida con ChatGPT-4, ya que “traduce expresiones gramaticales complicadas, muy precisas y que tienen en cuenta el contexto de toda la frase”. Su compañera, más tímida que las anteriores, finalmente se arranca a contarme que tiene pendiente el Trabajo de Fin de Grado y que abandonó el uso de la IA porque tardaba más en arreglar el texto que en escribirlo. Afirma, como nota al pie de página, que si quisiera hacer trampas ya hubiera pagado a alguien para que le hiciera el TFG: en los círculos universitarios abundan las webs que ofrecen este servicio. “Muchos tribunales revisan la bibliografía presentada y cómo y dónde se incluye, así que es un riesgo que no quiero correr”, añade.
Mi último contacto es Luis, un alumno del doble grado de Comunicación Audiovisual y Administración de Empresas de la URJC. Comenzó a utilizar ChatGPT desde su aparición el año pasado para pedirle datos concretos y fechas, en una labor de complemento de su propio trabajo. Reconoce, eso sí, que no se deja llevar por la desidia y que, en vez de copiar y pegar, lo que hace es cambiar las palabras que le propicia. Dice que tiene varios amigos íntimos que la usan “de manera industrial y masiva” y están preocupados porque ahora existen detectores de IA.
¿Quién soy? (Qué es la IA según la propia ChatGPT)
ChatGPT, herramienta desarrollada por OpenAI, es un modelo de lenguaje de inteligencia artificial avanzado basado en la arquitectura GPT (Generative Pre-trained Transformer). Es decir, se trata de un sistema de prueba-error y de infinidad de posibilidades que se va modelando mediante un entrenamiento algorítmico que permite capturar patrones complejos y relaciones a lo largo de la información que queremos obtener. En esencia, parece ser una base de datos extensísima que es capaz de unir conocimiento complejo y sintetizarlo. Hay que proponerle un prompt (la pregunta inicial que queremos que responda) lo más detallado y certero posible para que la respuesta sea precisa. Como opera mediante un proceso probabilístico, cuánto más se estreche el cerco, mejor.
Ahora quiero saber qué opina ChatGPT de sí misma.

Qué filosófica se pone. Por otro lado, he sido yo el que le ha dado la indicación, así que, técnicamente, la culpa es mía. Su respuesta es la típica que soltaría un robot que está a punto de traicionar a la humanidad y que está siendo manipulado por Skynet. En el primer párrafo ya avisa de que posee un vasto conocimiento y que ha sido entrenada. También afirma que no tiene “conciencia, emociones ni autoconciencia”, valga la redundancia. Un soldado al que han privado de toda empatía para librar una guerra. Deshumanizar al contrario porque se empatiza menos con el desconocido. Se te ve venir de lejos, ChatGPT.

Para carecer de emociones, bien que me va dando lecciones de esfuerzo y sacrificio. Me desea buena suerte, la muy cínica. Dan ganas de responderle: “pues que sepas que todos mis compañeros te están usando para el mal, no para el bien”. Además, no me responde a la última pregunta. No argumenta qué haría en mi lugar ni si se usara a sí misma. Porque lo sabe. Sabe que es una herramienta diabólica para ahorrar tiempo, recursos y esfuerzo. La que calla, otorga. En definitiva, no me sirve la opinión del propio objeto de estudio porque el sesgo es evidente. Uno no puede ser imparcial juzgándose a sí mismo, salvo llevando a cabo un ejercicio de honestidad tan brutal que le provocaría una crisis (digital) identitaria.
El paradigma de la IA en la Universidad
Para la comunidad científica universitaria la irrupción de la Inteligencia Artificial (y de ChatGPT como modelo de lenguaje avanzado) ha supuesto una revolución metodológica. En el momento en el que escribo esto, apenas ha pasado un año —que en términos de investigación es apenas un suspiro— desde el cambio de paradigma en las aulas tras la salida de ChatGPT en noviembre de 2022. Por ello, aunque busco y rebusco, no encuentro demasiadas opiniones relevantes ni definitivas. Casi nada me convence y todo me suena a conclusión barata que apuntala lo que todos sabemos: que esto es un follón enorme.
Por ejemplo, en la Implementación de la Inteligencia Artificial en la Educación: Análisis Sistemático, los investigadores concluyen que “la revisión exhaustiva de los textos proporcionados destaca un consenso generalizado sobre el valor significativo que la IA aporta al ámbito educativo, con el potencial de transformar sus paradigmas tradicionales”. Decir esto y decir nada, lo mismo es. Entiendo que han realizado un esfuerzo en el estudio, pero para mis entendederas esto no es más que papel mojado. Quizás el único punto destacable del artículo es el que afirma que, por el momento, la única solución posible es la formación del profesorado en Inteligencia Artificial. Esto es, que les den la información y se busquen la vida. Como siempre.
Nos situamos en una etapa de tira y afloja entre los estudiantes y los profesores, en el que los primeros pretenden engañar a los segundos en los métodos de evaluación. Parece necesaria la coexistencia pacífica y un acuerdo que beneficie a todas las partes. Al igual que en su día se desarrolló Turnitin, la aplicación que detecta el plagio en los trabajos, la Universidad está intentando implementar nuevas técnicas para detectar el uso de la IA por parte de los alumnos. No obstante, como señala el investigador de la Universidad de Boston, Iván Pacheco, los profesores también están usando la IA para calificar a los alumnos: “No parece descabellado un futuro cercano en el que exista una conversación entre una herramienta para escribir ensayos y una herramienta para calificarlos. Dos chatbots que se acusan mutuamente de ser robots”, advierte.
De hecho, existe una polémica con los “falsos positivos”: estudiantes acusados erróneamanete de plagio por la IA utilizada por los profesores. La mayoría de los estudios concluyen que la única manera de detectar su uso en la actualidad es fijarse en la sintaxis plana y directa con la que redacta ChatGPT. El problema es que podría existir una multitud de alumnos cuya escritura se asemeje demasiado a la simpleza del robot de lenguaje avanzado —delictivo que esto suceda en la etapa universitaria —.
Durante un evento realizado en la Universidad de Antioquía me encuentro con opiniones reveladoras. Los ponentes hablan de vertientes no tan manidas como la propiedad intelectual que utiliza el propio ChatGPT en su base de datos, pues la IA no identifica sus fuentes de conocimiento. Y, si se le pide específicamente, suele ser poco concreta y menciona fuentes desactualizadas. Es cierto que la versión 4 (de pago) de ChatGPT ha mejorado en este apartado, según me cuentan colegas ingenieros que la usan de manera recurrente. Es curioso que los problemas con esta herramienta lo están teniendo los de Humanidades y Ciencias Sociales. Los estudiantes de ciencias “puras” están encantados con el invento de OpenAI. La mente cuadriculada y matemática contra la cabeza que se pierde en el mundo de las ideas, supongo. A ellos les quita carga de trabajo y a los de Humanidades parece que se lo arrebatará directamente.
El trabajo más útil y de referencia que he encontrado lo han pergeñado los investigadores Daniel Torres-Salinas y Wenceslao Arroyo-Machado, de la Universidad de Granada. Han elaborado el Manual de ChatGPT: Aplicaciones en investigación y educación universitaria. Lo van actualizando a medida que recopilan información y comprueban las técnicas que se demuestran más eficaces. El objetivo es “ofrecer al profesorado una visión positiva y empoderada de ChatGPT, sin miedos, y explorando todas sus posibilidades” para ahorrar tiempo y mejorar las tareas docentes e investigadoras bajo un prisma ético y responsable. Ofrecen ideas de prompts, posibles usos no solo de ChatGPT sino de otras Inteligencias Artificiales y promueven su uso para hacer más eficiente la docencia.
En síntesis, ChatGPT no es bueno citando fuentes, por lo que no es óptimo para buscar información; tampoco es competente resumiendo mucha cantidad de información porque puede saltarse puntos relevantes (recordemos que funciona por probabilidad); sí que puede ser útil en clase para elaborar material didáctico, esto es, sirviendo como plantilla; tampoco hace las veces de escritor, pues su prosa es insulsa y plana.
Es el turno de los villanos: qué opina el profesorado del uso de la IA
Los profes parecen, a priori, los antagonistas de toda esta historia, aquellos que se oponen al progreso inevitable en el camino a la titulación de los alumnos. He de reconocer que pensaba que el 99% de ellos estaría en contra del uso de esta nueva herramienta. He vivido etapas similares a esta durante mis experiencias escolares y en secundaria. Para muchos de los docentes, el buscador de Google llegaba para destrozar el coco de los chavales y chavalas, que ya no utilizaban diccionarios y enciclopedias. El Rincón del Vago era Belcebú, y Wikipedia, Lucifer reencarnado. Claro que no es lo mismo ser docente en un nido de polluelos que en uno de aves de paso. Por aquello de que “a la Universidad van los que quieren estudiar lo que les gusta”, esa falacia. Más bien porque ya estamos creciditos y la tontería no es tan supina.
Los alumnos siempre han sido vagos y han hecho de la eficiencia su motor, con la ley del mínimo esfuerzo por bandera. Por lo tanto, ¿qué ha cambiado en opinión de los docentes? Durante la jornada en la que me encuentro con los alumnos de Comunicación Digital, aquellos tan pizpiretos, también abordo para la causa a dos de sus profesores. Alejandro Carbonell imparte las asignaturas de Tecnologías Audiovisuales y Planificación y Proyectos en Red. Mari Carmen Gálvez es la coordinadora del Grado. Ambos me contestan de manera amable a pesar de interrumpirles a la hora del almuerzo mientras les esperan otros compañeros docentes en una mesa de la cafetería.
El profesor Carbonell me dice que para él es muy evidente cuando los estudiantes utilizan ChatGPT. Por ejemplo, cuando hay que redactar: “Es mejor sepan usar las herramientas antes que aprender las lecciones de memoria”. En su caso, lo que le interesa es que sepan diferenciar los formatos de vídeo existentes y los usos que tienen. Dice que lo importante es operar con la IA de manera crítica. Ha implementado algunas estrategias a la hora de calificar trabajos: les pide que le adjunten capturas de pantalla de todo el proceso, les insiste en que se les “pilla muy rápido si copian” y les obliga a entender que una mala praxis les perjudica, sobre todo, a ellos mismos.
La profesora Gálvez imparte asignaturas en las que su deber es, precisamente, enseñarles a usar estas nuevas herramientas. Le pregunto de si las nuevas generaciones vienen con estas enseñanzas bajo el brazo y contesta que esta situación es una especie de ciclo que se repite. “Primero querían que entregáramos los trabajos a mano. Luego, a máquina de escribir. Después, en ordenador”, afirma. Para ella, la IA ayuda a extraer ideas, estructurar contenidos, a mejorar los trabajos que entregan. Argumenta que, en el caso de asignaturas más teóricas, los profesores deben idear estrategias para detectar si realmente están adquiriendo el conocimiento necesario. La profesora Gálvez no titubea en su discurso, prosigue con firmeza: “hacemos una contraposición del método y lo analizamos para entender por qué está bien o por qué está mal su uso en cada caso. Si realmente la IA les ha valido para tener ese aprendizaje, no me parece que sea nada negativo”. Añade que muchos alumnos tienen la creencia de que se la están “colando” al profesor y aboga por que comprendan que la IA no sustituye las competencias que deben adquirir.
El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense Gutmaro Gómez Bravo expresa sus reservas en cuanto al invento. En una entrevista para el diario El Mundo dice que ha abandonado los trabajos como método de evaluación para volver al tradicional examen. Según el profesor Gómez Bravo, todos los estudiantes cuentan el mismo relato, siguen las mismas secuencias y tienen las mismas fuentes. Esto es, tratan el mismo tema con ligeras variaciones, y así es como se percata de que están usando la Inteligencia Artificial. “El problema es que no ven que lo que están haciendo está mal”, añade. Antes, su evaluación consistía en mandar trabajos sobre libros con un contexto histórico importante y que, sin embargo, la irrupción de la IA y el plagio le ha llevado a retractarse. Pese a la postura que defiende, Gómez Bravo se ha sumado a la vanguardia de la Inteligencia Artificial y las posibilidades que ofrecen otras IAs, puesto que en otra entrevista para El País declaró que sí estaba usando Dall-E para recrear imágenes de momentos bélicos concretos y generar mapas antiguos.
El profesor de redacción en la Universidad de Mississippi Marc Watkins afirma en un artículo de opinión en el Washington Post que los docentes deberían hacerse a la idea de que prohibir ChatGPT no servirá de mucho, ya que se ha democratizado y está a disposición del público. Watkins defiende que los profesores deberían “tener una conversación con los estudiantes al principio del cuatrimestre sobre las formas en que las IAs podrían fomentar el pensamiento crítico en sus tareas”. Es decir, aquello que proponen los profesores Carbonell y Gálvez y que también me hicieron ver sus alumnos. Como en cada revolución industrial, la era digital 4.0 ha provocado un período de incertidumbre que ha hecho tambalear los cimientos de la enseñanza tradicional. Sumado al desamparo que suelen sufrir los docentes por parte de sus instituciones universitarias y gubernamentales, esto ha provocado que se encuentren en un período de reinvención. Aceptar el cambio es el primer paso, y al igual que los estudiantes aprovechan cada pequeña rendija para “colar” un esfuerzo mínimo, deben amparar a sus maestros y maestras para facilitar su labor. La adquisición de dichas competencias es algo que imponen los docentes en beneficio de los estudiantes, algo que los últimos no suelen valorar.
El Manual elaborado por los profesores de la Universidad de Granada mencionado más arriba es de gran utilidad. Tiene como objetivo concienciar a sus colegas docentes de las posibilidades que se abren con este invento. “No debemos ni huir ni negar esta tecnología sino aceptarla como otra herramienta más de las aulas. Hay que superar la frustración que genera que una IA pueda hacer labores que pensábamos que eran exclusivas de nuestra inteligencia”, afirman los docentes en el manuscrito. El uso de esta tecnología, argumentan, les puede liberar de la carga de producir interminables presentaciones en PowerPoint para ser leídas en clase, permitiéndoles centrarse en dinámicas de grupo y en la interacción directa con los alumnos. Con un afán vocacional dicen que este enfoque les brinda más tiempo para conocer a quienes participan las clases y para establecer métodos de evaluación más apropiados. Para ellos, la IA alivia la tediosa carga que se produce en los ambientes académicos y de investigación, en los que las referencias bibliográficas deben estar impecablemente citadas en tiempo y forma. ChatGPT puede encargarse de realizar esa tarea en cuestión de segundos, estructurándolas cómo se le pida.

El veredicto (si lo hubiera o hubiese)
Los trabajos de Universidad son arte. Cultura. Llegamos a las instituciones universitarias para enriquecernos de conocimiento, experiencias culturales y sociales. Aunque la tendencia es que la Universidad tiene la función primordial de cualificar al alumnado para acceder al mercado laboral —está claro que el título de muchos grados en 2023 es poco más que un papel simbólico—, creo firmemente que lo más importante es recibir una enseñanza que ayude a pensar por sí mismo. A investigar (como estoy haciendo en este mismo momento) temas inexplorados, alumbrar cuestiones pasadas, presentes y futuras con una mirada científica, creativa, original. ¿Estamos seguros de que la IA favorece el aprehender el conocimiento para moldearlo y absorberlo? ¿O lo usamos para acceder a la autovía de la productividad por un camino rápido?
No se puede detener la evolución tecnológica como no se puede parar el mar con las manos. Internet no mató el conocimiento. Todo lo contrario. No obstante, sí que ha hecho más complicado el encontrar la información de calidad, impregnando de ruido toda la esfera digital. Entiendo (y comparto) los puntos de vista que enfocan la IA como herramienta para aumentar la eficiencia en determinados trabajos como programación, marketing o automatización. Pero hay pocos puntos a favor de las posibilidades que ofrece en la adquisición del saber más allá de la reducción del tiempo dedicado a un trabajo. Se ha demostrado que la IA es una gran herramienta que ayuda a los alumnos a completar proyectos que ya están plagados de elementos tecnológicos: fotografía, efectos de sonido, animaciones digitales, infografías, programación o bocetos de nuevas posibles historias.
La conclusión de Iván Pacheco, de la Universidad de Boston, arroja luz sobre cómo hay que enfocar el problema: “Más allá de la posibilidad de robots (impostores o no) discutiendo la validez de un ensayo académico; más allá del uso de la IA para hacer la tarea, sea esta un documento académico o un proyecto de ley; más allá de las múltiples regulaciones posibles sobre la IA, la discusión que se debe dar en la universidad es cómo conservar su esencia como espacio de confluencia de saberes, intercambio de ideas, y centro de formación de pensamiento crítico e incluso como espacio de formación ciudadana”.
He llegado al final del camino. La Inteligencia Artificial es una herramienta inútil que pierde más tiempo del que gana. Esa era mi hipótesis inicial. Por supuesto, estaba amañada desde un principio. No era más que un pretexto, un MacGuffin que justificara la extensión de este reportaje. Quería por todos los medios que, como estudiante modelo que soy, alabaran mi ética de trabajo. Resaltar soy un tío “legal”. Pensaba que iba a confirmar el enunciado. Quizás quería sentir que no soy un imbécil que podría ahorrar tiempo y no lo hace en pro de una causa que no sé si ya está deslegitimada en la práctica. Siento envidia de mis compañeros, que hacen el mejor uso posible de ChatGPT al tratar de domarlo. Son creativos, innovan y evitan el conservadurismo. No se dejan amedrentar por el avance de un mundo que ya no es exactamente aquel que imaginaba en mi adolescencia.
Por todo el tiempo que he perdido redactando este reportaje pudiendo pedirle al GPT que me lo hiciera en quince minutitos, me veo legitimado para pronunciar un rotundo y sonoro: ¡Muera la inteligencia [Artificial]!
Sin embargo…
*ChatGPT, escríbeme el cierre para un reportaje que está centrado en el uso de las Inteligencias Artificiales en las universidades*
En conclusión, el impacto creciente de las Inteligencias Artificiales en el ámbito universitario refleja una evolución significativa en la forma en que educamos, investigamos y nos preparamos para el futuro. A medida que estas tecnologías continúan transformando el panorama académico, es imperativo abrazar la innovación de manera ética y colaborativa, aprovechando el potencial de las IAs para potenciar el aprendizaje y la excelencia académica
Reportaje de Álvaro García-Dotor Baglietto
Imagen de Portada creada con la IA de Bing





Deja un comentario