CARIÑO

Llueve. Me maquillo, me pongo ropa adecuada para ir al concierto y subo el volumen de la música que empieza a sonar a toda pastilla en mis cascos. Es Cariño, el grupo de chicas de música indie que voy a ver. Cojo el paraguas y me meto al bazar de mi barrio. Compro una cartulina enorme y me voy a la parada del bus. No para de llover a cántaros. Si esto sigue así, mi plan maestro no va funcionar. En el bus saco los rotuladores que me he guardado en los bolsillos del pantalón militar y escribo con letras grandes y llamativas: “¿Te sobra una entrada de Cariño? ¡Te la compro!”. Lo lleno de corazoncitos para que sea más vistoso y le hago la crónica de todo lo que está pasando a mi amiga por audios de WhatsApp.

La música indie ocupa el segundo puesto entre los géneros de música que más consumieron los españoles a principios de 2022 junto al rock, según un sondeo publicado por Statista. El éxito de las bandas de música indie se puede observar en las grandes salas que están a reventar cuando realizan sus conciertos grupos como Love of Lesbian o Vetusta Morla. La industrial musical está dominada por las bandas indie masculinas, como se puede comprobar en las listas de éxitos de este género en Spotify, donde escasea la presencia de mujeres. Además de Cariño, otra de las bandas de chicas indie que se abren hueco en la lista es Shego. Tiene un estilo cercano al punk. Con el tema Merichane, que interpretan junto a Zahara, dieron un sonoro pelotazo para los parámetros más o menos modestos en los que se mueve este tipo de grupos. En la gala XIV de los Premios de Música Independiente (MIN) Zahara arrasó, ganando el Premio The Orchard al Álbum del año por Puta, así como el Premio AGEDI al Mejor Álbum de Pop. El cartel que publicitaba sus conciertos, en el que la cantante ubetense aparecía vestida como una virgen religiosa con una banda en la que se leía la palabra puta, suscitó una polémica estúpida que no pudo detener su éxito. Esto no sólo refleja cómo las nuevas generaciones consumidoras de música indie piden un cambio donde la mujer esté presente en la industria al mismo nivel que los hombres, sino que la propia demanda y consumo de su arte, de sus letras rompedoras, explícitas y desinhibidas, conecta con las nuevas sensibilidades y comportamientos de una juventud cambiante.

De Shego hablaré luego. Ahora bajo del autobús y el cielo sigue encapotado. Cojo el metro al centro de Madrid. No tengo claro donde se encuentra la sala Cool. Por suerte, ha dejado de llover. Le envío un audio a mi amiga.

—¿Qué estoy haciendo con mi vida? —le digo al llegar a una esquina—. Estoy aquí perdiendo el tiempo, con una vergüenza tremenda y con cero ganas de sacar mi parte más extrovertida y amable. Me quiero ir a mi casa.

Mi amiga, que me ayuda a ubicar la calle en el Google Maps, me responde con otro audio.

—A ver, Sara. Mira el nombre de la calle un momento. Léela. ¿Cómo se llama? Sí, exacto: Isabel la Católica. ¿Y qué habría hecho ella? —deja unos segundos para que yo piense, pero no pienso nada—. Se habría encomendado a Dios y habría entrado por la puerta de ese local a toda costa. Así que no le digas a nuestra reina que no puedes hacerlo. Hazlo por ella y por todas nosotras.

No necesito ni un audio más. Me empuja la férrea voluntad de una reina. Abro la cartelera, me guardo el paraguas en uno de los bolsillos del pantalón y cruzo la esquina. En la calle hay una cola de unas sesenta personas. Cojo fuerzas, enarbolo el cartel y mendigo una entrada a todos los que hacen fila. La mayoría es gente joven de no más de 20 años. Algunos me miran con pena, otros sonríen con burla. Me da igual, estoy decidida. Puedo ser Isabel la Católica y conquistar Granada. Todavía faltan cuarenta minutos hasta que empiece el concierto. Me pongo al final de la calle paralela, de modo que cada vez que llega gente nueva se enfrente a mi cartel. Las manos se me congelan. La gente se baja de la acera para mirar el cartel. Otros se dan la vuelta para leerlo. Los conductores de coches, motos y bicicletas desaceleran por la curiosidad. Soy una chica-anuncio como las que aparecen en las películas tontas norteamericanas. Siento todas esas miradas, pero nadie me da lo que necesito.

Pasan unos veinte minutos y una chica que lleva un rato observándome desde la fila me pregunta si he buscado en Twitter. Le digo que obviamente lo he hecho y no he encontrado nada. Me da un abrazo que no espero y añade que me va a ayudar. Se vuelve a la cola con sus amigas. Espero, pero no me ayuda. Sigo con el cartel alzado. Poco a poco se evaporan mis esperanzas. Un muchacho alto y rubio que va con una cerveza en la mano se queda mirando el cartel y grita: “¡Eh, chavales! ¡Que esta chica está buscando una entrada!”. Las cuatro personas del grupo al que se dirige giran la cabeza. Uno de ellos se acerca y le digo:

—¡Sí, tío! Estoy buscando a alguien que le sobre una. Me salvaría la vida.

—Pues a nosotros nos sobra justo una —dice el chico. Más tarde me dirá que se llama Toni.

—¡No te lo puedo creer! ¿Me estáis vacilando?

—No, nuestro amigo Vaquero se ha puesto malo y no puede venir, así que si la quieres es tuya —añade otro, César, que sostiene una cerveza en la mano.

Le hago un Bizum y me uno a ellos en la cola. César me introduce en el grupo. Sonia, la única chica, me cuenta que estudia Derecho y que los demás son informáticos. Escucho anécdotas de noches de borrachera y fiesta hasta que entramos a la sala justo en el momento en que las tres chicas de Cariño aparecen en el escenario. Alicia Ros toca el bajo, Paola Rivero la guitarra y María Talaverano se encarga del ritmo. Se conocieron mediante Wapa, una app de citas lésbicas. Fueron María y Paola las que quedaron mediante esta aplicación. No se liaron, pero descubrieron que compartían gustos musicales. Ambas vieron a Alicia en un concierto, les pareció guapa, pero sobre todo les encantó cómo tocaba el bajo. Ese fue el inicio de la banda. A medida que el grupo se consolidó encontraron trabajos relacionados con la música, aunque no por ello dejaron de estar pluriempleadas, como muchos de los jóvenes de su generación. Una de las canciones que las llevó a estar en el mainstream fue su versión de la canción de Tangana titulada Llorando en la limo. La popularidad no ha supuesto un cambio en sus letras y en los mensajes que quieren transmitir con ellas, como aseguraban en una entrevista para Televisión Española. Cualquier tema que se les ocurra, lo tratan con la crudeza que caracteriza su estilo.

Las luces de la sala se apagan y tres focos recorren el público. Una melodía sintética empieza a inundar el lugar hasta quedar abruptamente interrumpida por un profundo silencio que Paola Rivero, con su camiseta oversize y su llamativo gorro de rayas, rompe al rasguear la guitarra, lo que hace encender a los asistentes. Mientras, María Talaverano, que lleva gafas oscuras, se abre una cerveza y controla la mesa de mezclas. La voz unánime del público se une a la garganta melodiosa y dulce de Alicia en la primera canción:

Creo que piensas que soy tonta
Y a veces siento que sí
O que debo de estar loca,
Enamorada de ti

Éxtasis y diversión desinhibida en el ambiente. La gente berrea las canciones mirándose a los ojos y dedicándose las letras. Paola da un consejo antes de empezar el siguiente tema: “Chicas, cuidaos y no seáis el Tamagotchi de nadie”. Lo dice con una expresión seria, casi transcendente, mientras señala con el dedo al público. María inicia la melodía en la mesa de mezclas y sus compañeras se unen con los instrumentos dando botes en el escenario. El auditorio, revolucionado, grita el estribillo: 

No soy tu puto Tamagotchi

No soy tu puto Tamagotchi

No soy tu puto Tamagotchi

No soy tu puto Tamagotchi

Lo del tamagotchi conecta con la gente. La mascota electrónica de la generación Z hace referencia a las relaciones tóxicas en las que uno de los miembros de la pareja controla al otro. Suele ocurrir por parte del género masculino hacia el femenino a través de actos de manipulación y sumisión no necesariamente violentos. El tema habla de un problema sobre el que las jóvenes están siendo conscientes en la actualidad. Según un estudio realizado mediante la técnica de grupos de discusión e impulsado por la Fundación BBVA, junto a El País y Elsa Punset, las chicas rechazan la concepción de amor romántico, propio de los cuentos de hadas y de generaciones anteriores, así como el papel del príncipe que rescata a la princesa, conquistándola. Hoy, las chicas hablan de realizar ellas mismas su propio rescate. Ese modelo del amor tradicional se ha agotado y ha dado paso una visión diferente. En las mujeres jóvenes, afirma Félix Requena, profesor de la Universidad de Málaga, predomina la idea de autonomía y libertad tanto a la hora de proyectar nuevas relaciones de pareja, como en el ámbito de la diversión. Son ellas las que mayoritariamente inician el proceso de ruptura de pareja, la posibilidad de nuevos emparejamientos y se abren a buscar nuevas experiencias afectivo-sexuales. De esto hablan las tres chicas de Cariño desde el escenario.

Entre el público hay pocas parejas. Predominan los grupos de amigos y amigas. Viven, sienten, mastican las letras de las canciones. La chica de mi derecha las dramatiza con gestos y ademanes como si estuviera en el escenario de un teatro. Mientras la observo, pienso en Maite Gallardo, una de las cuatro miembros de la banda de música indie Shego.

Shego

El nombre del grupo, Shego, es el de la villana de la serie de animación Kim Possible. Una tía arrogante y altiva vestida de verde eléctrico. Quizás una declaración de intenciones. Entrevisté a las Shego unos días antes de plantearme acudir al concierto de Cariño en el que ahora me encuentro. Maite Gallardo, una de las dos voces del grupo, entiende la música como una manera de pertenencia al mundo, de conexión con sus seguidores, que se emocionan con aquellos temas que abordan sus canciones. Imaginé que hablar con un grupo de chicas sería fácil. Sus letras son cercanas. Ellas también me parecían cercanas, como amigas que me hablaban de cosas que me importan. Me sentí cómplice desde la escucha. Como si las conociera. Maite Gallardo y Raquel Cerro fundaron el grupo en 2020 ensayando en el salón de sus casas. Luego llegaron Aroa Elvira y Charlotte Augusteijn. Sus redes sociales están teñidas de colores llamativos y un toque retro. Uno de sus posts muestra un vídeo de un concierto en el que Maite, micrófono en mano y Raquel, blandiendo la guitarra, se mezclan entre el público a cantar y bailar, mientras Aroa en la batería y Charlotte al bajo las miran partiéndose de risa desde el escenario. La conexión entre ellas y su público, mayoritariamente femenino, era evidente. Cuando comencé a escribir el correo para concertar la entrevista quería conocerlas de cerca, acompañarlas a algún ensayo o concierto. El chasco me lo llevé cuando empezaron a darme largas. Le expliqué a la representante del grupo que quería adentrarme en su atmósfera para contar su historia, que es como contar su mundo. La representante me concedió quince minutos para la entrevista y añadió que sólo podía ser por teléfono. Le propuse que, al menos, fuese por videollamada, pero no coló. ¿Quince minutos por teléfono para contar un mundo? “Las conocen cuatro gatos, pero la actitud de divas la tienen”, pensé.

Las entrevisté una mañana temprano. Me senté en el escritorio. Abrí el cuaderno en el que tenía apuntadas las preguntas, lo posé en la mesa, puse la grabadora a un lado, el móvil con el número de teléfono que me proporcionaron listo para hacer la llamada y esperé impasible mirando por el gran ventanal de mi habitación esperando a que fuese la hora. Si hacer una entrevista por teléfono es complicado, hacerla a cuatro personas a la vez lo es aún más. Me respondieron sentadas en un largo pasillo del local de ensayos con puertas de color naranja a los lados. No vi el pasillo. Estaba en la otra punta de Madrid al otro lado del hilo telefónico. Pero les pedí que me lo describieran. Sus voces transmitían una jovialidad alegre y animosa. Les pregunté sobre el proceso creativo de sus canciones. “Lo emocionante es comprobar cómo la canción que traigo al ensayo toma fuerza con las aportaciones de mis compañeras —dice Maite, que ha compuesto gran parte de los temas del grupo—. El proceso de composición puede ser de una manera o de otra, pero lo importante es cuando todo confluye y se busca un sonido común”. Charlotte cree que sus temas son el reflejo de una generación nueva que tiene también una nueva forma de relacionarse y de concebir la vida. Aroa añade que su intención no es reivindicar ni dar lecciones morales. «Nuestra propia existencia como grupo y como personas ya es reivindicativa más allá de que queramos o no”. Maite ríe al oír a su compañera, pero de pronto se pone seria y dice: “Nos apetece contar cosas que no sean simplemente tengo el corazón roto, explorar otros lugares que tienen que ver con enfermedades mentales, con momentos chulos de euforia, con la sexualidad o con la fiesta”.

“No soy tu puto tamagotchi, no soy tu puto tamagotchi”, sigue gritando la gente a mi alrededor en esta sala de conciertos de la calle Isabel la Católica. Las Cariño se sienten arropadas por su gente. Se sienten queridas, amadas, comprendidas. Grito yo también antes de acordarme de nuevo de la voz de Maite al otro lado del teléfono, en ese pasillo del local de ensayo que no pude ver.

— Creo que nos han enseñado que el amor está vinculado a relaciones románticas, pero el amor está en todo: en las relaciones de amistad, en las relaciones de pareja, en las relaciones de familia. Incluso, en la música. Al final es un sentimiento que te recorre y que tiene más que ver con la vida que con el enamoramiento.

La voz de una de las otras tres, que no identifico, lo que confirma que el teléfono no es el medio adecuado para una entrevista, dice que “el sexo no es porno, pero sí placer y deseo”.

Shego en una foto promocional de Sofía Clondrón.

Yaiza

A Yaiza le encanta descubrir gente y rollos nuevos. A sus 22 años proyecta iniciar un medio de comunicación musical independiente que se llamará Colegas y ha podido conversar con personalidades dentro del mundo de la industria musical indie. Yaiza es también una compañera de la universidad. La invité a un café. Nos sentamos en una cafetería al lado del campus de la universidad al salir de clase. Yaiza me explica por qué escucha música indie: habla de otras cosas y de otra forma. “No como la música comercial que habla de lo mismo y de la misma manera”, añade. Las letras de los grupos indie le gustan porque se atreven a expresar temas que en otros tiempos han sido tabú o, incluso, siguen siéndolo. La sexualidad, el amor líquido, los amores de una noche son temas que dominan las canciones de los hombres y que si son cantados por mujeres se las tilda, todavía hoy, de fulanas.

La riqueza de la diversidad amorosa y sexual no solo se expresa en sus letras, sino también en la composición de sus bandas. En cuanto a género, hay grupos con miembros no binarios y, en cuanto a orientación sexual, los hay con integrantes heteros, integrantes lesbianas e integrantes bisexuales. “La gente escucha las canciones de estos grupos —dice Yaiza, después de dar un sorbo a su café— porque se siente identificada con lo que cuentan y, por ende, con lo que son”. La expresión de Yaiza es vibrante, a pesar de tener un tono de voz pausado. Mientras recuerda los caminos que ha recorrido junto a los grupos de música indie como Shego, Ginebras o Cariño, afirma que las mujeres están empezando a ser libres y los grupos de chicas indie lo están reflejando en sus letras. “Aunque a los tíos, incluso a los que se consideran feministas —apostilla—, les esté costando asimilar la sexualidad mostrada tal cual desde el punto de vista de la mujer”.

Le hablo a Yaiza de lo que dice un artículo que he leído para preparar el reportaje. En Amor, posmodernidad y perspectiva de género: entre el amor romántico y el amor líquido, los investigadores Sánchez Sicilia y Cubells afirman que las mujeres jóvenes que mantienen relaciones “motivadas por el placer, superficiales y libertarias, propias de las prácticas líquidas, se topan con el rechazo social, pues se suele asimilar con comportamientos del hombre, donde este ocuparía un lugar de poder”. Yaiza sonríe. Se acaba de acordar de una cosa que me comenta de inmediato. Me describe la reacción de su padre ante la letra de una de las canciones de Shego, que sonaba a toda pastilla en su habitación hace unas semanas: “¡Pero qué están diciendo esa chicas!”. Esas chicas, las chicas de Shego, mientras rasgaban sus guitarras con furia, estaban cantando esto:

Voy a follarte tan duro

Que querrás más seguro

Voy a follarte tan suave

Rápido rápido, lento lento

Un reportaje de Sara Hincapié

Deja un comentario

Tendencias