“¿Tú lees? ¿qué lees?”, me preguntó el profesor en el local frente a la cafetería que ocupa la revista COMversatorio en el Campus de Fuenlabrada de la Universidad Rey Juan Carlos. En la universidad el periodismo narrativo es un rara avis que se menciona de pasada y con el que raramente los estudiantes pueden interactuar. Un concepto casi mitológico que tiene escasa presencia en la enseñanza de la comunicación e, incluso, en el paradigma informativo actual. Quizás porque lo pone en cuestión. El periodismo narrativo es un género híbrido donde los periodistas tienen permitido huir del sota-caballo-y-rey de los inflexibles corsés del género informativo. La creatividad es un valor y el estilo literario se abre a la experimentación y la exploración sin dejar de lado el rigor del oficio, como defiende el periodista peruano Julio Villanueva Chang en uno de sus artículos sobre la nueva crónica latinoamericana.
Quizás por eso la doble pregunta “¿Tú lees? ¿qué lees?” que me hizo el coordinador de esta publicación, el profesor Gustavo Montes, sigue resonando en mi cabeza de incipiente periodista. Puede que sea porque se lo pregunta a todos los nuevos redactores que entran por la puerta del Aula FCCOM. Parece que leer es una condición imprescindible para poder trabajar aquí. “Primero hay que leer para poder escribir”, suele añadir el profesor Montes. En la redacción nos encontramos inmersos en la creación de una revista de periodismo narrativo llamada COMversatorio. Un título extraño que fusiona las palabras comunicación y conversación. Estoy sentado en una silla incómoda, frente a una mesa con una anticuada cajonera de ordenador que se me clava en partes del cuerpo que no sabía que tenía y frente a una pared negra que a veces parece un abismo. Mi primera tarea es establecer las bases de lo que se denomina periodismo narrativo.
El periodista y escritor mexicano Juan Villoro se refiere a la crónica como el “ornitorrinco de la prosa”, una amalgama viva de diferentes géneros que aprovecha cualquier recurso estilístico. De la novela toma la subjetividad, la capacidad de narrar desde el punto de vista de cualquier personaje y la especulación sobre otras posibilidades. Del teatro asume los diálogos de escena, retorciéndolos para dar textura y color al texto. Podría seguir enumerando cualidades de otras artes, como hace Villoro, pero lo realmente importante no es cuáles son, sino el balance entre ellas. Se trata de utilizar cualquier recurso para crear un texto interesante y periodístico que sitúe al lector en el centro de la acción. La obligación del periodista narrativo es hacer sentir, ir más allá de los hechos, recuperarlos como si volvieran a suceder con “detallada intensidad”, crear un clima capaz de generar interés en el lector. Y todo esto sin olvidar que se sigue siendo periodista. Sin olvidar los hechos, sin olvidar los datos, pero sabiendo que no hay referencia más poderosa que la experiencia de una persona.
El periodismo narrativo no es algo nuevo. Ya lo inventaron los maestros. El precedente más conocido es A Sangre Fría de Truman Capote, una novela de no ficción deslumbrante que combina una prosa magistral con la despiadada realidad. Ojalá pudiese tener una milésima parte de la visión y la pluma del escritor norteamericano. Luego vinieron los autores del llamado Nuevo Periodismo, que en realidad no era tan nuevo, encabezados por Tom Wolfe y Gay Talese. El premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez y Ryszard Kapuściński también son grandes abanderados de este género con obras como Relato de un náufrago o El Emperador, respectivamente. En las antípodas en cuanto al estilo, pero narrativo también, se encuentra el irreverente Hunter S. Thompson. Su artículo El Derby de Kentucky es decadente y depravado se considera el primer texto del periodismo Gonzo. En todos ellos, por diferentes que sean, hay algo común: una mirada propia.
El periodista argentino Martín Caparrós dice que mirar es “la actitud consciente y voluntaria de tratar de aprehender lo que hay alrededor». Para practicar el periodismo narrativo hay que hacer uso del ojo crítico del periodista clásico y, para alcanzar nuevas cimas, utilizar esta formación en la manera de mirar. Es tan importante el qué mirar como qué se podría mirar para obtener los puntos de vista que den forma y contenido al reportaje o la crónica. Hay que tener esta predisposición a mirar con toda la fuerza posible. El periodista se vale de la intuición, el ojo crítico y la escucha activa, ya que cualquier estímulo puede formar parte de la historia, como un ornitorrinco sumergido utiliza la electrolocalización de su pico para capturar a pequeños animales. Martín Caparrós afirma que es decisivo adoptar la actitud del “cazador primitivo”, puesto que uno de los mayores atractivos de este tipo de periodismo es “la obligación de la mirada extrema”, ver allí donde otros miran, lo que no todos ven, que nos permite contar las historias que nos han enseñado que no son noticia: “El cronista mira, piensa, conecta para encontrar (en lo común) lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas”. Un efecto metonímico. Un problema concreto que nos lleva a lo universal, a algo que afecta a muchos.
Cualquier estudiante de periodismo sabe que en los textos informativos la primera persona está terminantemente prohibida. Se considera que resta fuerza a la información y la hace menos creíble, menos objetiva. Tampoco existe el estilo. O mejor dicho, el estilo pertenece al género: el despersonalizado del estilo informativo. La voz particular del narrador está silenciada. Pero en la crónica o el reportaje narrativo sucede justo lo contrario: importa la voz del periodista. Es una voz delegada, alguien le presta sus palabras o su experiencia para que las asuma de forma vicaria para que se dé cuenta de su historia. Esta búsqueda de un lenguaje propio tiene que atrapar al lector, hacerlo sentir que está leyendo un buen texto, aunque el tema le importe un comino. Dicho de una forma más certera por el periodista colombiano Luis Tejada: “encontrar siempre algo de maravilloso en lo cotidiano, capaz de hacer decir al mayor número de gentes: ¡eso era lo que yo pensaba!”
Villanueva Chang afirma que el periodismo informativo asume el lenguaje de los políticos, un lenguaje neutro donde no existe la duda, solo las afirmaciones, que no necesariamente son verdaderas, que pueden utilizarse para ocultar, disimular o no decir argumentando otra cosa. Sin embargo, añade Caparrós, “noticia también es lo socialmente significativo que se ignora entre las persianas de lo familiar y lo obvio”. Cuando se pretende ofrecer los hechos con un lenguaje de aparente transparencia, es decir, sin las sospechas, las vacilaciones, las contradicciones que los acompañan, “es menos convincente que cuando explicita las limitaciones de su punto de vista narrativo”. Lo dice Villoro. A diferencia de la prosa informativa, en el periodismo ornitorrinco se permite dudar y decir “estoy, soy yo, esto es lo que vi y no te engaño”. No es necesario que esa primera persona sea una primera persona gramatical. Lo crucial es que se perciba la mirada del narrador, pero sin caer en el yo creo, yo pienso, yo siento. Como advierte Caparrós, “cuando el cronista empieza a hablar más de sí que del mundo, deja de ser cronista”.
Descubro una diferencia más entre la prosa informativa y la prosa ornitorrinca. Si una sintetiza lo que se supone que ocurrió, la otra lo pone en escena, situando el hecho, ambientándolo, narrándolo con detalles. No dice, muestra. No le explica al lector cómo debe reaccionar, sino que lo impele a la reacción. La voz informativa dice “la escena era conmovedora”, la voz del periodista ornitorrinco trata de construir la escena para conmover. “Definir la distancia que se guarda respecto al objetivo autoriza a contar como insider, outsider, curioso de ocasión —apunta Villoro—. A este pacto entre el cronista y su lector podemos llamarlo objetividad”.
La entrevista es un método de extracción de información en el periodismo ornitorrinco. Permite conocer la situación, a los protagonistas y obtener un punto de vista concreto y personal de lo ocurrido. Sin embargo, a la hora de utilizarla como herramienta, Villanueva Chang recomienda cautela. “La entrevista como género —dice el maestro peruano— suele ser un acto teatral y raramente llega a ser una situación de conocimiento”. Tan solo, añade, un conjunto de declaraciones que tiende a decir lo que queremos oír y lo que el redactor jefe quiere que escribamos. Gran parte del trabajo del periodista narrativo trata de dar forma a los recuerdos y sensaciones de las personas que utiliza como fuentes, por lo que es de vital importancia saber preguntar, cómo preguntar y dónde preguntar. Cada vez veo más claro que los apuntes de la carrera de periodismo no te preparan para ser un periodista con estas características. Me pregunto si estaré a la altura. Sobre todo si se tiene en cuenta que el veterano periodista de El País Juan Cruz, maestro en el arte de la entrevista, se pasó toda la vida preguntando, como repite en varios de sus libros, y aún hoy continúa teniendo dudas.
Cualquier tema es válido en el periodismo ornitorrinco siempre que se produzca un acercamiento honesto a la información y así se refleje en el texto. El cronista colombiano Alberto Salcedo no habla de temáticas, habla de historias. Este enfoque permite centrar las piezas en temas que no son necesariamente noticiosos dentro del paradigma informativo clásico, pero que, al mostrar los conflictos del ser humano, convierte al periodismo narrativo en un revulsivo social. Los maestros de la crónica latinoamericana están de acuerdo en narrar lo particular para interpretar lo universal. El periodista ornitorrinco se acerca a temas socialmente significativos, esos a los que los grandes medios de comunicación han cerrado las persianas y dejado en penumbra. “Los periodistas narrativos no andan mendigando las sobras del poder para ejercer su oficio”, dice Salcedo. No les hace falta que un pueblo remoto sea asaltado para hablar de esa pequeña y aislada población. “Escribe sobre lo que te habita”, añade siguiendo un viejo consejo de Hemingway. Es crucial para el periodista encontrar temas que despierten algo en su interior y lo motiven a seguir vivo en este oficio y que la maquinaria del sistema no lo aplaste.
Confieso que me resulta complicado pensar en ese “suceso único e irrepetible” que permite narrar lo que define a una persona, grupo o sociedad del que habla Juan Villoro. O en esa noticia que “revela, a través de la experiencia de una sola persona, todo lo que hace falta saber” que refiere la reportera argentina Leila Guerriero, hoy columnista de El País. Me temo que mucho más me costará encontrar esos sucesos. Supongo que tendré que ir entrenando mi incipiente pico electrolocalizador de ornitorrinco.
Este cambio de estilo y la libertad que permite pueden resultar extraños a los periodistas que, como yo, acaban de salir del huevo. Pero deja de serlo si se tiene en cuenta el consejo de Jorge Carrión en el prólogo a la antología Mejor que ficción: “Se puede ser, a un mismo tiempo, extremadamente literario y extremadamente popular”. Caparrós hace hincapié en que a través del estilo, el periodista puede “armar un clima” descriptivo distinto a otros soportes, crear personajes o explorar otros puntos de vista como hacen los novelistas. El periodista colombiano Boris Muñoz destaca el uso del lenguaje dentro de la crónica para dotar al texto de “cierta altivez verbal”, lo que permite cierta visión imaginativa, pero sin dejar de lado el rigor periodístico. Es importante insistir que en el periodismo ornitorrinco la voz del periodista está presente dentro del reportaje, la crónica o la entrevista, fluyendo con el entorno, sigilosamente, como un ornitorrinco al sumergirse. En este sentido el cronista es un espectador de la acción o al menos intenta reconstruir la acción desde diferentes puntos de vista. Juan Villoro apunta que “la crónica también narra lo que no ocurrió, las oportunidades perdidas que afectan a los protagonistas, las conjeturas, los sueños, las ilusiones que permiten definirlos”. Los periodistas ornitorrincos son recaudadores de pequeñas singularidades y pueden utilizar esos detalles mínimos para evidenciar un carácter, un gusto o un modo de pensar. “Ir del detalle al conjunto y viceversa”, apostilla Caparrós. Disfruto leyendo los textos de todos estos cronistas y reporteros. Primero leer y luego escribir, dice el profesor Montes. Es el camino del periodista ornitorrinco.
Vuelvo a la silla incómoda y la pared negra y vacía de la redacción. La pared ya no me parece un abismo. Ni siquiera me parece oscura ni vacía. Está llena de futuras historias: de conjeturas, de sueños, de ilusiones, de las oportunidades perdidas de otros que, en este momento en el que escribo, empiezo a sentir también como propias.
El escritor Horacio Quiroga, comenta el profesor Montes, tiene una máxima que dice que en un relato bien logrado las tres primeras líneas tienen casi la misma importancia que las tres últimas. Si el principio es importante, lo es más el final. No sé si este es un buen final. Quizás ni siquiera sea un final, sino un principio. Leila Guerriero hubiese buscado cerrar su reportaje con una escena menos anodina. Martín Caparrós, quizás, con una más contundente y descarnada. Sin duda, Juan Villoro con una más literaria: hubiese apostado por recrear una cita de Borges o de su compatriota Carlos Monsiváis. No sé si éste es un buen final, pero sí sé que es el inicio. Respiro hondo, me preparo, acaricio mi incipiente pico de periodista ornitorrinco.
Un reportaje de Juanma Díaz
Imagen generada con DALL·E 2





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